Fernando Valladares es ecólogo, estudia las relaciones entre todos los seres vivos y factores ambientales de un ecosistema. A su labor de investigador científico se suma el afán por divulgar, ya que tan importante como conocer es compartir el conocimiento. Fruto de su visión integradora, habla de cambio global, de biodiversidad y de pandemias, pero también de sistemas sociales y económicos y de su huella ambiental, porque todo está conectado, a veces de forma aparentemente insospechada.
Tener una naturaleza sana, en buen estado y con sus funciones activas le viene bien a todo el mundo, especialmente a las personas que viven en las ciudades, porque la calidad del agua, del aire o la reducción del riesgo de zoonosis les afecta de manera directa. Hay que explicarlo a la población urbana, ajena al medio natural, que piensa que con su tecnología lo tiene todo y está a salvo, pero estamos comprobando que no es cierto.
Hay grupos de presión y una inercia social a comprar productos baratos y ese es el origen de los problemas. Un kilo de tomates no puede costar 60 céntimos en una gran superficie, las externalidades las estamos pagando todos. El mejor tomate no es el más barato, es el más sostenible. Si no puedo pagar 2 euros por ese kilo de tomates, tendremos que idear mecanismos sociales para que todos los comamos. Si vale 60 céntimos, por algún lado estamos estropeando el sistema, contaminando, degradando o contratando a la gente por debajo del salario mínimo.
Hay que enfatizar que no lo hacemos por altruismo, esa es la visión del ecologismo de los años setenta en la que se ha quedado mucha gente. El ecologismo bien entendido empieza por uno mismo porque nuestra especie está en peligro. Somos muchos y eso es un éxito ecológico, pero tenemos que plantearnos honestamente si queremos seguir siendo tantos con la huella ecológica que ahora provocamos. Debemos identificar los procesos ecológicos más limitantes en cada región, las especies fundamentales y los grupos funcionales que no pueden faltar, y asegurarnos de que se mantienen.
La gestión puede estar dirigida a la explotación de uno o varios recursos, de forma más o menos sostenible y enfocada a una economía circular local, o a conectarse con las grandes ciudades, que es una de las asignaturas pendientes. Que las grandes ciudades estén de espaldas al medio rural es una fuente de problemas. Los urbanitas tenemos que ponernos de cara al campo y los rurales de cara a la ciudad, y establecer las conexiones y los gradientes ambientales de procesos y actividades. Los diálogos entre productores y conservacionistas, queriendo cosas muy parecidas, se enconan en las diferencias.
Estamos perdiendo cultivos y especies domésticas, lo cual es una pérdida cultural y de capacidad de respuesta ante el cambio global, con dimensiones ambientales y sociales. Lo mejor es la diversidad de formas, de estructuras y de cultivos con diferentes tolerancias a la sequía o resistencia a plagas. Si solo jugamos con una variedad de maíz o de cerdos puede llegar una peste especializada y se acabaron todos. La diversidad conlleva resiliencia en todos los ámbitos de la vida ante cualquier perturbación.
Es que son dos cosas que hay que separar. Lo de rápido y barato es el sistema socioeconómico que hay que cambiar porque es muy tramposo, nos hace creer que algunas cosas son inamovibles, como que debe crecer la inflación todos los años y debemos producir más. Esto es solo un acuerdo y es uno de los grandes orígenes de los problemas de sostenibilidad que tenemos. El problema es que no tenemos una alternativa clara, bien definida. Pero tenemos piezas de otras formas de organizarnos.