Es el de Carlos de Hita un oficio solitario y silencioso. Un oficio para personas de ánimo paciente porque exige largas y tediosas esperas –de días y de noches– no siempre exitosas. O en parte sí, aunque no salgan exactamente como se había planificado. Tantos años escuchando el latir de la naturaleza le han convertido en un exquisito gourmet de sonidos con los que luego construye paisajes –paisajes sonoros– que son un regalo para el oído cuando se escuchan en la radio, en discos, en bandas sonoras de películas y documentales (“Guadalquivir”, “Cantábrico”) o en su blog del periódico El Mundo. Ya ha empezado a preguntarse qué hará con su inmensa biblioteca de sonidos que ocuparía interminables estanterías de no ser por el milagro sintético de los discos duros.
¿Todos los animales cantan?
No, en general los mamíferos se manifiestan poco o nada. El otro día oí por primera vez en mi vida a un lirón careto después de horas de espera. Los intérpretes principales del paisaje sonoro son las aves, los insectos, los anfibios en época de celo y algún que otro mamífero de manera llamativa, como los ciervos en la berrea, o el lobo. Pero no se trata solo de animales que cantan, sino de dónde lo hacen, el eco, la reverberación, el brillo del sonido según la temperatura, porque si hace frío y hay humedad el sonido brilla más y los agudos son más intensos. La acústica natural de un lugar también se graba y puedes reconocer cómo y dónde estás o en qué momento del día, por lo que un animal canta o reclama y por cómo suena lo que dice. El mismo ruiseñor tiene una voz muy distinta por el día que por la noche, aunque diga las mismas frases, igual que tu voz suena distinta en la calle o en una iglesia. Cuando has grabado mucho y cumplido tus primeros objetivos, lo que buscas son esos matices. Por ejemplo, me divierte grabar el efecto del eco de un búho real más que al búho mismo. Son los colores del sonido, que no siempre son fáciles de definir, pero que matizan y caracterizan.
La cantidad de conocimientos, habilidades, matices y esfuerzos que esconden estas grabaciones es inmensa, ¿desanima que el oyente o el espectador solo capte una mínima parte?
Los que trabajamos en medios audiovisuales solemos decir que trabajamos para nosotros mismos, porque una gran parte de las cosas que hacemos no se perciben. El resultado es fluido a pesar de todo. Cuando sonorizas una película sabes que la mayoría del público no va a captar los detalles y guiños que has introducido. Y, además, cada vez se escucha peor. La banda sonora de un documental la haces con unos parámetros técnicos muy exigentes, pero la mezcla final la escuchamos en un altavoz pequeñito y malo, que es como sonará más o menos en la tele. Llevo ocho o nueve años montando con mimo un blog que luego se va a escuchar por teléfono móvil en un bar.
¿Podríamos hablar de sonidos que a modo de emblema identifiquen un país?
La huella sonora se ciñe a zonas biogeográficas más que a países. En España y en todo el mundo hay un empobrecimiento radical del mundo sonoro. Literalmente, vamos a marchas forzadas hacia la primavera silenciosa. Llevo más de 30 años grabando con mucha atención y las aves silvestres han caído a la mitad en toda Europa. Si hace cinco años había cinco codornices hoy quedan dos. Si había siete tórtolas, hoy quedan tres. Salvo las aves forestales, que han subido un poco, el resto han caído. Las alondras están a la mitad, igual que el sisón, por algo SEO/BirdLife lo ha declarado Ave del Año 2017. Esta situación repercute inmediatamente en el paisaje sonoro. Actualmente los sonidos son más monótonos y monocordes porque hay menos intérpretes. Esto sí que es la huella sonora de un país… En Inglaterra se escuchan cuatro cucos por los diez que hace pocos años había en una arboleda.
Después de tantas horas de observación solitaria en la naturaleza, ¿cuál ha sido tu gran sorpresa?
Mi gran satisfacción es haber grabado lobos en libertad durante la noche. Es más difícil de lo que parece. Si yo tuviera que salvar un sonido de mi librería sonora, sería ese aullido nocturno. Es mi firma, mi legado. En cuanto a dificultad, probablemente el lince se lleve la palma. Y la gran nostalgia, porque ya nunca volveré a grabarlo, es el urogallo cantábrico, un sonido que va a desaparecer de España. Su población es tan vulnerable que acercarse a ellos puede ser una irresponsabilidad. La crisis del urogallo ha sido el primer aldabonazo del cambio climático. Las tetraónidas y otras poblaciones de pájaros se han desplomado en todo el mundo porque su productividad se ha desajustado con la productividad.