El campo del interior de España está en un proceso regresivo y de envejecimiento”, especialmente en extensas llanuras agrícolas, pero “las áreas periurbanas, y especialmente las próximas a grandes ciudades, manifiestan un claro dinamismo, por irradiación desde la urbe”, incluidas las montañas. Son algunas de las conclusiones de un artículo que repasa la evolución de la población rural desde los años sesenta del pasado siglo.
Hace más de medio siglo que España cambió su modelo de desarrollo económico de una manera radical. Puso en marcha el Plan de Estabilización de 1959, que en el lapso de dos decenios revolucionó las estructuras económicas y los fundamentos de la sociedad española. Su economía dejó de fundamentarse en la agricultura como factor clave de desarrollo para orientarse hacia la industria y los servicios.
Esta situación redujo la densidad del campo del interior de España en aproximadamente dos tercios, desde unos treinta habitantes por kilómetro cuadrado a otra por debajo de diez, con diferencias notables entre regiones y comarcas. La pérdida de población y de actividad económica trajo consigo la pérdida de servicios y, con todo ello, la aminoración de los pueblos, especialmente los de la mitad septentrional de España, donde el poblamiento se basaba en pequeños núcleos.
En contra de lo que habitualmente se publica y defiende, el campo español no ha comenzado un proceso de recuperación, al estilo de lo que ha sucedido en países más densamente poblados, por cuanto la salida de la población agraria no ha sido sustituida por la llegada de otros agricultores (ya que continúan abandonando muchos de los existentes) o de otros profesionales, que solo llegan a cuentagotas.
De este modo, suele haber una diferencia clara entre las áreas de montaña, despobladas, con densidades por debajo de los 5 hb/km2, pero plurifuncionales, frente a las áreas de llanura, que, con las mismas condiciones demográficas, casi todo el empleo lo concentran en las actividades agrarias.
En efecto, ese pretendido movimiento de regreso al campo solo se produce, además de en las áreas de influencia urbana, en las zonas de montaña próximas a grandes núcleos de población, como en el Pirineo catalán o las montañas vasco-cantábricas, mientras todavía no afecta a las llanuras agrícolas del espacio rural profundo. Sin embargo, los municipios de montaña que crecen lo hacen porque llega a ellos un puñado de habitantes, incapaz por sí mismo de superar la atonía y falta de dinamismo general.