En Fenacore llevamos más de sesenta años trabajando por y para conseguir un uso más sostenible del agua. Actualmente, representamos a 700.000 regantes de toda España y prácticamente dos millones de hectáreas. En defensa de los intereses del agua, hacemos valer ante administraciones y opinión pública nuestra actividad, sobre todo ante sectores que nos tachan de excesivos consumidores elevar la producción más de un 60% en poco más de treinta años, lo cierto es que alcanzar este objetivo dependerá casi exclusivamente de la evolución del regadío que, aunque en España representa menos del 15% de la superficie agraria útil, aporta más del 65% de la producción final, al rendir hasta seis veces más que el secano. dores de agua, trtando de asfixiar el regadío como medida para ahorrar recursos sin ser conscientes del impacto negativo que esto puede tener sobre el crecimiento económico, la creación de empleo, la distribución de la población sobre el territorio y especialmente, sobre el cuidado y conservación del entorno ambiental.
Estas opiniones no tienen en cuenta la contribución de una actividad como el regadío en la alimentación de una población mundial creciente, que en 2050 se habrá incrementado en un 24% hasta superar los 9.500 millones de personas. Y es que, si como indica la FAO, para garantizar la seguridad alimentaria la agricultura deberá elevar la producción más de un 60% en poco más de treinta años, lo cierto es que alcanzar este objetivo dependerá casi exclusivamente de la evolución del regadío que, aunque en España representa menos del 15% de la superficie agraria útil, aporta más del 65% de la producción final, al rendir hasta seis veces más que el secano.
Tampoco parecen ser conscientes del esfuerzo que los regantes hemos hecho en modernización de regadíos para poder producir más con menos agua y menos tierra per cápita; hasta el punto de que hemos colocado a España como un referente internacional en ahorro de agua de riego. Aunque los españoles tengamos muchas veces la errónea sensación de estar a la cola del mundo en todo, lo cierto es que destacamos en muchos aspectos: tenemos algunos de los mejores deportistas del mundo; somos un país puntero en tecnología médica, en infraestructuras ferroviarias de alta velocidad, en turismo, en producción de vehículos... Y, además, también lo somos en el sector agrícola, aunque muchas veces no se valore en su justa medida.
No hay duda de que hemos llegado hasta aquí gracias a la inversión que Administraciones Públicas y regantes hemos acometido, en lo que podría considerarse uno de los primeros modelos de colaboración pública-privada. Este modelo de financiación que todavía no ha conseguido calar en España hizo posible la transformación de los antiguos sistemas de riego en mecanismos de presión (aspersión, goteo, etc.). De esta forma, hemos conseguido reducir el uso de agua para riego hasta situarlo en alrededor de 15.000 hectómetro cúbicos anuales, lo que ha supuesto una reducción de casi el 7% en los últimos diez años, una cifra todavía más relevante si tenemos en cuenta que la superficie de regadío creció un 9% en este periodo. Combinando estos dos factores, resulta que ha habido una disminución del consumo de agua por hectárea de casi un 15%.
Sin embargo, como siempre ocurre, toda cara tiene su cruz. La nuestra es que, a pesar de lo llamativo de las cifras, el premio que hemos conseguido por modernizar los regadíos para reducir el consumo de agua ha sido un incremento desorbitado de los costes energéticos, haciendo que actualmente muchas de estas zonas regables resulten de difícil viabilidad económica.
Concretamente, los costes regulados del suministro eléctrico para el regadío –que debemos pagar se utilice o no el serviciose han encarecido más de un 1000% desde 2008, representando ya más del 40% de los costes relacionados con el agua, lo que hoy por hoy impide amortizar la inversión total de más de 5.000 millones de euros acometida hasta la fecha en modernización del regadío. Esta es la razón por la que desde Fenacore siempre hemos llamado la atención sobre la necesidad de alcanzar una eficiencia, tanto hidráulica como energética, en el regadío si se quiere realmente conseguir un mejor uso del agua que además pueda garantizar el abastecimiento de los mercados a precios competitivos; un objetivo que tampoco se consigue, pues en los últimos eslabones de la cadena alimentaria los precios finales de estos bienes primarios se incrementan en una media superior a un 400% sin que de este sobreprecio puedan beneficiarse los agricultores.
Por eso cuando miramos al futuro, ¿cómo nos gustaría que fuera el regadío? Queremos que se reconozca como lo que es: un sector absolutamente estratégico para la economía, que deje atrás la precariedad y donde no exista desfase entre los costes de producción y el precio de venta de nuestros productos.
Este estatus sólo se conseguirá levantando un escenario energético competitivo, que no penalice las actividades con consumos estacionales, como es nuestro caso, y donde haya un sistema de distribución de los costes regulados de la energía justo y equitativo.
En este sentido, les recordamos a nuestros representantes políticos que todavía se encuentran pendientes de desarrollo reglamentario varias Disposiciones finales de la Ley 1/2018, de 6 de marzo, relativa a los efectos de la sequia, mediante la cual se modificaba el texto refundido de la Ley de Aguas. Este instrumento reglamentario, ya aprobado por esta ley, permitiría que los regantes pagásemos por la energía realmente consumida y no por la máxima teórica contratada los 12 meses del año, incluso sin poner en marcha los motores de riego. Esta es la pura realidad, sin paños calientes.